Debo...
...una explicación a lo de ayer.
El fin de semana, como contaba, fuimos a jugar la final del rugby de México a Celaya (y perdimos).
En el equipo había jugado hace algunos años, Manucho, un chico argentino que, hasta donde yo sabía, había caido muy bien a todos.
Manucho se fue de México a Holanda, donde le encontraron un cáncer, del que murió en Argentina hace unas 5 o 6 semanas. Yo nunca lo conocí, claro.
Hasta este fin de semana.
Porque este fin de semana, el padre y la hermana de Manucho vinieron a ver la final a México (en viaje relámpago de 2 días desde Argentina). Y bueno, todo giró en torno a él, claro. Y fue realmente mágico.
Entrar a la cancha al borde de las lágrimas por alguien a quien nunca vi. Ver a mis compañeros con una fuerza adentro indescriptible. Escuchar más tarde a su familia hablar de él, a los que lo conocieron recordarlo de una manera increible.
Manucho no fue famoso. No inventó ningún remedio salvador, no se hizo millonario ni escribió un libro (creo). Quizás ni siquiera tuvo tiempo de hacer ese algo que pretendía hacer.
Pero por lo visto logró, en 25 años, dejar una huella difícil de borrar. Unir gente de diferentes partes y con diferentes intereses en torno a su persona. Mejorar la vida, aunque sea en detalles, de todas las personas que le tocó conocer.
La forma más simple y práctica de mejorar el mundo.
No se si me corresponde hablar de él sin haberlo conocido. Pero me enseñó algo y no podía no decirlo.
Es tan fácil... tan fácil...