lunes, octubre 31, 2005

Déjala correr VI

Medio camino, un camino

Ese anteúltimo día de remada fue increible. Es también de esos días que quedan en la nebulosa, que no llevan la marca de los hechos sino de las sensaciones. La sensación de ese día fue la de "este rio no me gana, yo te voy a mostrar, rio, porqué me animé a desafiarte".

Eramos un equipo y tres equipos. Tres canoas con 6 amigos encima que tenían que remar para volver a ser 9. Llegar a Chimpay no costó lo que pensábamos. El descanso en tierra de Juan Carlos había sido intensivo y sólo queríamos cerrar con moño unas vacaciones fuera de lo normal. Y como para sumar a un día de éxitos, por primera vez en tantos días de extravíos, fuimos a parar a donde queríamos, un camping. El camping no era luz ni baños, no era agua caliente ni compañía (desierto el camping, digamos), pero tenía un camino y el camino llevaba a un pueblo. División de tareas, as usual, un par a comprar algo para el asadito al pueblo, el resto leña, fuego, carpas.

Fue una noche tránsito. De esas noches que se viven como fusión de una tarde y la mañana que sigue. Las cabezas seguían en el rio y en ese destino, Choele, que nos tenía comprometidos.


Arrancamos temprano. El día ya no estaba limpio y caluroso como siempre y el tramo era largo, más que lo que habíamos logrado en todos los días anteriores. El rio, siempre metamorfoseando, se hacía cada vez más ancho y terriblemente sinuoso. El remar se hizo continuo y silencioso. Las canoas ya no iban a la par: quien tuviera fuerza para adelantarse lo hacía, era la mejor manera de incentivar al resto, y la única manera de llegar ese mismo día como nos habíamos comprometido.

Tomi y yo ibamos adelante. Nuestra canoa, la amarilla, era quizás más liviana que las demás. Casi no nos hablábamos, era remar y remar, mirar atrás para no perdernos de los demás, esperar para seguir a la vista, remar y remar. Las curvas del rio empezaban a agotarnos, los rodeos por momentos eran tan grandes que se nos ocurría que quizás era más rápido bajar a tierra, caminar 200 metros y volver al rio.

Avanzábamos, rápido y parejo, aunque daba la sensación de que no. El cielo mientras tanto se ponía cada vez más negro, el viento a soplar cada vez más fuerte y el agua a revolverse más a cada minuto. Apenas si frenamos a almorzar algo al mediodía. La tormenta nos preocupaba y las curvas eternas nos hacían dudar de cuánta distancia real teníamos que hacer.

Cuando partimos de nuevo luego de comer algo rápido la tormenta ya estaba instalada en el rio. Las curvas gigantescas ya eran menos preocupantes que un agua revuelta que nos hacía sarandear más de lo deseable e iba llenando las canoas y mojando las mochilas. Volvimos a remar todos a la par, sabiendo que de a tres canoas ibamos a estar más a salvo que distanciados. Con las primeras gotas, ya todo fue silencio. Remar y sólo remar. Se veían caras de agotamiento y empezamos a dudar si cumpliríamos el objetivo. Fueron casi tres horas más sin prácticamente frenar. Si al empezar esa larga travesía allá en Neuquén hubiéramos tenido la preparación y voluntad de ese día, sin duda que alcanzábamos el objetivo inicial: llegar a Viedma.

Llegar de Neuquén a Viedma como lo hace todos los años "La regata más larga del mundo", que vimos largar justo antes de salir, que inspiró nuestro viaje. Llegamos a Choele Choel, fue un destino final a mitad de camino. Fue volver a ser 9, bañarse con agua bien caliente hasta despertar cada célula del cuerpo, fue comer un millón de pizzas, tomar miles de cervezas y fue dormir en una buena cama.

Al día siguiente y considerando que Choele, ansiado destino, no tenía mucho más para ofrecer, ya estabamos elucubrando la próxima parada. Los pasajes, medio agotados para todos los destinos, sólo alcanzaron para 3. Los 6 restantes? Ni idea cómo, pero entramos en un remis Duna rojo (o sea, 7 con el fercho) que se internó en ese desierto salitroso hasta depositarnos en Las Grutas, a ser de nuevo 9. Sí, ahora que miro los mapas, pasando obligadamente por Beltrán.

Las grutas fueron una casita alquilada, playa mar tragos playa, boliche, alcohol y todo lo que hacen jóvenes normales a los 24 años en lugar de meterse en un rio, remar como condenados, romper canoas, agarrarse cagaderas, veranear en Chelforó y atravesar una tormenta sobre aguas revueltas.

12 días que parecen 30.
9 amigos que siguen siendo amigos.
4 canoas que ahora son 3.
1 rio que por siglos será rio y que mientras siga zigzagueando dará de ver y de comer a muchos. Todos los que quieran.

En FIN

Agua que no has de beber... déjala correr

domingo, octubre 30, 2005

Déjala correr V

Chelfororear: echar la güeva

(y vamos terminando, pibe, que esto se está haciendo largo)

Chelforó es un pueblo eje, parada obligada donde se encuentran las rutas 22, que une Neuquen con Choele Choel y la 152 que sube hacia La Pampa. No debe tener más de 4 manzanas, de las cuales dos eran, según sus palabras, de Juan Carlos.

Juan Carlos tenía una hotelito frio y sucio de 5 habitaciones, un bar/restaurant de paso, una estación de servicio y su casa por ahí al lado. Quizás también videoclub o similar de moda. Además Juan Carlos tenía una pequeña chacrita al costado del rio donde producía, a merced de la suerte de cada año, manzanas y duraznos "de exportación".

Nosotros, los 9 improvisados, llegamos para hacer crecer intensa pero brevemente su población. En Chelforó, en las elecciones del 99, votaron 59 personas. Luego de duchas obligadas la mayoría nos metimos en la cama. El que no estaba en la ducha o en la cama, estaba meditando, repetidas veces, en el pobre baño de Juan Carlos. Mientras tanto el patrón nos preparaba unos pollos y unas ensaladas para comer liviano y volver a la ya ansiada normalidad.

El pueblo todo tierra y calor, todo ruta y camiones de paso, nos atrapó. Refugiados en los toldos, clásicos toldos de restaurant rutero, nos hundimos en el aire de pesadumbre de las tardes rionegrinas a jugar a las cartas, ver "directiví" y charlar con la gente del lugar, dejarnos contagiar por el ritmo de plomo y moscas. Juan Carlos tenía relatos para una vida, los 9 todavía flaqueábamos, nada nos apuraba a irnos. Así pasó un día, y otro. Recién entonces nos miramos las cartas, nos vimos con buen color y empezamos a planear la vuelta al rio.

Las opiniones, siempre divididas, complicaron el asunto. El golpe había sido duro para algunos y ya no quedaban restos para una aventura que requería de, al menos, dos días más de garra. Otros, ofuscados con tanta dilatación, acumulábamos ansias y queríamos salir a pegarle al rio, a vengarnos, a vencerlo de una buena vez. Se resolvió fácilmente... Tres decidieron cortar, un camión de paso los llevaría hasta Choele. Seis decidimos seguir, en dos días estaríamos llegando a Choele remando, haciendo noche intermedia en Chimpay. Todavía era temprano, había tiempo para salir. Almorzamos ya sin represiones un gran asado que Juan Carlos hizo con la paciencia de su sangre mientras oíamos sus cuentos de omnis y famosos tristes pasando por su restaurant a almorzar. Nos reimos, pagamos, agradecimos y partimos.

Coki, Juampi y Gulichi se subían al camión amigo. Juan, Jero, Maclín, Churu, Tomi y yo, en parejas, a las tres canoas.

Ya no había excusas, esta vez los tiempos no se podían dilatar, no podíamos estar más motivados. Lo notamos cuando volvímos al rio: ya nos sentíamos parte, nuestros brazos eran, no por volumen, los de remadores. El aire fresco del rio nos pegó en la espalda, el silencio fue rey de nuevo.

El sol empezó a bajar y Chimpay esperaba nuestra llegada.

Continúa... Cap. VI y último

sábado, octubre 29, 2005

Déjala correr IV

Conquistadores derrotados

Después de dormir vaya uno a saber dónde, de tomar unos mates mañaneros y de poner el objetivo del día, llegar a Chelforó, nos hicimos al agua de nuevo. El sol pegó fuerte desde temprano y de a poco los márgenes del rio se fueron pelando de árboles, todo se hizo piedra y arbusto achaparrado, aunque seguían apareciendo lo pájaros y las nutrias.

Mientras Gulichi intentaba pescar sin mucha suerte y Juampi se quejaba del calor, los demás no parábamos de entrar y salir del agua, a veces quedándonos un rato largo flotando detrás de las canoas. El rio empezaba a ponerse sinuoso a medida que entraba en el llano. El agua corría, lenta, como un gran bloque de cemento fresco.

Ya con hambre en serio y hartos de un sol impiadoso, elegimos una playita de arena y piedras para frenar a almorzar. Teníamos fideos, unas latas de atún y salsa de noseque en las mochilas. Jero no pudo con su genio tarzánico y se puso a atrapar mojarritas (porque a eso no se le podía llamar pescar). Mientras nos refugiábamos del sol en la no muy gentil sombra de esos arbustos, la comida estuvo lista. No pudimos evitar que el "pescador" metiera sus pececitos en la salsa. Vivos, claro.

No estuvo muy rica la comida pero calmó el hambre y repuso fuerzas para la tarde larga que venía. El sol seguía pegando fuerte y la tierra seguía poniéndose árida alrededor. En el avance constante empezamos a notar como las orillas se poblaban e iban apareciendo pueblitos.


Cuando la tarde caía cruzamos un puente y divisamos la que podía ser nuestra casa esa noche. Hacía rato que tratábamos de ponernos de acuerdo acerca de nuestra parada nocturna, pero no había caso. Cuando vimos la islita frenamos a explorar.

Era muy chiquita, casi todo tierra y arena. Daba la sensación de no haber sido nunca pisada y podía ocurrir que en un año ya no existiera. Tenía una playita barrosa con pasto y lugar para armar las carpas. El atardecer desde nuesta tierra conquistada se veía increible, con sus naranjas y rosas. Eramos nosotros y el rio, era como seguir avanzando en el agua, pero sobre nuestra isla.

Reyes en nuestro territorio. Así dormimos, bajo una lluvia fina pero insistente, sientiéndonos parte del rio, un poco frustrados por otro día sin cumplir el objetivo de avance y cansados, muy cansados.

Cuando nos despertamos al día siguiente fui el primero en quejarse. Me sentía mal, y no iba a ser el único. Partimos de todos modos, no sin antes tomar unos mates juntos. Iba a ser otro día de calor furioso y se notaba el aire de pesadumbre general. A medida que pasó el día se fue viendo en las caras como ibamos cayendo de a uno: dolor de cabeza, fatiga general y dolores de panza. Todos, sin excepción, rogábamos divisar Chelforó.

De a poco el rio se fue cubriendo de nuevo de árboles. Veíamos antenas que nos hacían añorar pueblos, algún lugar donde parar, descansar, curarse. Los mapas indicaban que teníamos que estar cerca, pero la espera se hacía eterna. Cuando frenamos por esa gran antenta que se veía a lo lejos ya estábamos en un estado lamentable. Subimos las canoas a la orilla boscosa, tres se fueron caminando a ver qué había. Los demás nos quedamos dormitando abajo de los árboles.

Pasó más de una hora, pero finalmente volvieron. Venían en una Ford roja, vieja. Manejaba Juan Carlos. Juan Carlos tenía un hotelito en Chelforó y era todo hospitalidad. En la caja de la Ford entrábamos todos. Y las canoas podían quedar en un muellecito de su campo, a salvo.

No lo dudamos ni 10 segundos. Esa noche ibamos a dormir en una cama y comer algo liviano.

Continúa... Cap. V

Déjala correr III

Canales

Era una isla. Escuchábamos desde nuestra playita solitaria ladridos y salimos a ver si había gente, un pueblo, algo. Nos encontramos con una granjita y una casita a medio armar allá lejos. Seguimos caminando y de repente nos dimos cuenta. No estabamos en tierra firme, era una gran isla entre dos canales del rio. Aislados.

Cuando volvimos la comida estaba lista. Las anécdotas nos descostillaban de la risa. "Acá los tiempos los pongo yo" había dicho Juampi, todo cagado, cuando le imponían una cuenta regresiva para saltar de su rama en aquel islote y tratar de llegar a la orilla.

Más allá de esa pobre canoa no había pérdidas importantes. Decidimos los nuevos grupos y buscamos la manera de entrar los 9 en tres embarcaciones. Mi canoa no estaba preparada para tanta carga, las otras dos sí.


A la mañana siguiente los brazos ya estaban más acostumbrados. El rio, tranquilo, mostraba cada vez más separaciones y nunca sabíamos que lado tomar, dónde estaría ese camping que figuraba en el mapa. La balsa no dejó de hacerse pero ya era más angosta y mucho más precavida. Avanzábamos lento pero constante. Al mediodía habíamos llegado a Villa Regina.

Fue un buen contacto con la civilización. Había una playa con mucha gente, un almacén cerca para comprar comida y unas cervezas y sombra para dormir una siesta. Después de comer, dormir y pelotudear un rato decidimos partir de nuevo. Ya nos sentíamos más del rio que de la tierra, queríamos seguir flotando, avanzando en ese camino incierto.

Ya no me acuerdo dónde dormimos esa noche. Los campings no aparecían y el rio era cada vez más intrincado. Se separaba en dos, tres y hasta cuatro canales, siempre había que tomar una decisión y calculo que en la mayoría de los casos erramos. Sabíamos que mal que mal siempre ibamos a ir a parar al mismo lugar, y sabíamos que lo mejor era seguir siempre juntos, las tres canoas, los 9 amigos.

Casi no nos detuvimos. Frenamos una vez, para agarrar unas manzanas de un campo que acompañaba al rio y seguimos camino, tirándonos todo el tiempo al agua, cargándonos unos a otros por las mil cagadas que hacíamos, por el millón de boludeces que decíamos y saludando a la gente que aparecía de vez en cuando en la orilla, pescando, bañándose o simplemente ahí, sentada, viendo el agua pasar, escuchando la música de ese aire extraño a la tierra que corre fresco por el rio.

Fue uno de esos días memorables que se borronean en imágenes estáticas, lamentablemente no documentadas. Dormimos de nuevo en el medio de la nada. Tan nada que no la recuerdo.

Continúa... Cap. IV

viernes, octubre 28, 2005

Déjala correr II

Náufragos

El rio esperaba pacífico, casi riéndose, a la mañana siguiente. Todo el asunto de las carpas, los fuegos y las comidas era cosa conocida. Queríamos más de lo nuevo y así salimos, 9 amigos, temprano a remar. Destino del día: Villa Regina.


La mañana fresca cae vencida rápido con un sol que no tiene filtros. En el rio todo es silencio. El correr del agua, como cualquier ruido constante, es parte de ese silencio que sólo se ve interrumpido por risas, los palazos al agua y pajaros o nutrias chapoteando en las orillas. Un par de codos en el recorrido fueron la señal de que algo iba cambiando. De a poco los márgenes se hacen más y más verdes y tupidos y el rio empieza a serpentear con más intensidad, entre piedras y árboles, cortando la monotonía del remar parejo.

Nada imposible para los 9 inexpertos que sólo intentaban ponerle adrenalina mientras el rio, casi siempre calmo, lo permitiera. Obviamente los hombros seguían sin acostumbrarse y el "balsaaa... balsaaa" se escuchaba cada vez más seguido, especialmente en zonas de calma. Bastaba con que las canoas que quedaban en los bordes de la formación estuvieran atentas para esquivar los pocos escollos del rio, que por lo general eran troncos y ramas, a veces más grandes, a veces más chicos.

La calma de repente fue tal que nos terminó de relajar. El día invitaba más a dejarse llevar por la corriente, mirar pájaros, árboles y montañas bajas allá lejos y a charlar sobre cualquier tema que se pueda charlar entre 9 viejos amigos a los 24 años. El rio ya era lo estático, la tierra retrocedía. Por suerte ese codo en el recorrido nos encontró a todos subidos a las canoas.

No se quién fue el primero que vio lo que venía. Alguno, quizás Tomi, quizás Maclín, en una de esas fue Gulichi, señaló adelante y gritó "desensamblen". Apenas girando había un gran árbol caido en medio del rio en el que se habían juntado tantas ramas y troncos que formaban una gran isla. En ese momento uno ve realmente qué tan rápido va la corriente. El desenganche fue rápido y empezamos todos a remar con furia. Bastaba con torcer un poco a la derecha para sortear el gigantesco obstáculo que se acercaba demasiado rápido. La canoa en la que viajabamos Gulichi y yo estaba liviana y se adelantó rápido. La que iba enganchada más a la derecha tenía margen y también logró torcer a tiempo. Pero las otras dos no alcanzaron a reaccionar. Juampi y Churu casi zafan, las ramas apenas levantaron el lado izquierdo de la canoa, pero alcanzó para voltearlos. Churu se aferró a la embarcación que ya semihundida se disponía a seguir con la corriente. Juampi quedó acrobáticamente parado sobre ese islote de rama muerta que nos había detenido.

Lo de la cuarta canoa fue tragedia. Venía sobre el lado izquierdo de la "balsa" y fue a parar directo al ramerío. Maclín y Tomi que iban en ella quedaron desparramados en el agua y la embarcación encastrada entre los troncos, con tan mala suerte que el lado abierto recibía la corriente. En 30 segundos el agua que parecía inocente la había hecho pedazos y depositado entre las ramas hasta hacerla parte de la isla.

El rio limpio de repente era una escena de desolación. Flotaban bolsos, carpas, botellas, termos y remeras. Mientras Churu se iba cada vez más lejos junto con su canoa, llevados por la corriente, los otros 3 náufragos encontraban estabilidad entre las ramas. Las dos canoas sanas y salvas remábamos contracorriente para levantar todo lo extraviado. La división de tareas fue rápida: ustedes ayuden a los chicos, nosotros vamos a buscar a Churu.

La persecución fue larga y cansadora. Churu iba semi hundido agarrado de su canoa y sin posibilidad de dirigirla a la orilla. Mientras tanto los 3 "aislados" tomaban valor para lanzarse a la corriente y alcanzar la orilla más cercana donde los esperaban Jero, Juan y Coki, los otros rescatistas a salvo. Cuando por fin alcanzamos al náufrago a la deriva todavía tuvimos que remar varios kilómetros arrastrándolo para poder frenar en tierra. Había dos grandes preocupaciones: que la canoa no terminara de hundirse con Churu debajo y lo que estaría pasando con los demás, que ya habían quedado fuera de la vista al girar el rio.

Ya había pasado más de una hora cuando los vimos acercarse allá lejos. Se veían agotados, flotando arriba de una cámara de camión salvadora que apareció en la orilla y los salvavidas que les habíamos dejado. Cuando por fin nos reunimos todos las caras seguían contracturadas de adrenalina y frio y coincidíamos en dos preocupaciones: cómo seguir los 9 en 3 canoas y "che, se habrán salvado las fotos?".

Esa tarde no llegamos a Villa Regina. Nos reacomodamos y partimos después de un rato de descanso y anécdotas. Sólo queríamos avanzar lo posible y encontrar un buen lugar para acampar. Decidimos parar en una playita de pasto que apareció entre los árboles cuando el sol ya caía.

Con una canoa menos y el ánimo lejos de estar intacto nos bañamos en el rio, pusimos la ropa a secar y prendimos el fuego. Algunos partieron a explorar un poco lo que había tierra adentro, un pueblo cerca no vendría mal. Otros armaron las carpas de todos y los restantes cocinaron.

Se hacía de noche, creíamos estar en tierra firme y teníamos que decidir cómo sería nuestra vuelta al rio a la mañana siguiente.

Continúa... Cap. III

jueves, octubre 27, 2005

Déjala correr I

9 amigos

Fue en enero de 2002 y eramos 9 amigos. Las vacaciones en busca de aventura se sucedían y era hora de innovar. Las bicis ya habían rodado alrededor de los 7 Lagos y sus ripios, de Chile y sus lluvias, del Lanín y su magnificencia.

Fue en enero de 2002 y eramos 9 amigos, con ganas de bajarnos de la bici e innovar. Y por suerte en este mundo hay gente creativa, buscando siempre algo diferente, encontrando soluciones. Fue Churu seguramente, quizás Jero, quizás Juan. Alguno pensó más allá y cambió la tierra por el agua, el lago por el rio, remar por pedalear, montaña por llano.

En enero de 2002, puta, parece que hace más, 9 amigos nos tomamos el bondi y bajamos en Neuquen, elegimos unas canoas, sorteamos unos remos, nos confesamos con el agua y salimos a ver qué pasaba. Ninguno, nunca, había remado antes.


El rio Negro es un oasis. Un oasis en el sentido estricto de la palabra. Un oasis continuo, sinuoso y angosto, que rompe de verde la monotonía marrón de un valle que pide agua a gritos. Así nos recibió el rio Negro a estos 9 amigos inexpertos dispuestos a ejercitar músculos de esos que no se usan en la ciudad.

Todo lo que faltaba de experiencia sobraba de agua. Las cuatro canoas salieron sin esfuerzo, se deslizaron por esa corriente que parece inocente y empezaron a recorrer un camino que en el recuerdo parece más largo que en los mapas.

Ir por el rio es como saltar a un vacío horizontal. Los brazos pueden colaborar pero el camino lo marca ese vacío húmedo y monótono de curvas suaves y correr parejo. Enseguida el rio se mostró predominante y los brazos sintieron el impacto de lo no acostumbrado.

El rio es como un túnel de aire. Entre los árboles que lo acompañan sedientos corre un aire extraño al resto de la tierra alrededor. La brisa constante disimula el golpe del sol y la corriente sin fin desmitifica el avance. Los hombros flaquean bajo el calor disimulado y cada palazo al agua. Pronto ya estabamos inventando nuestros descansos... "balsaaa, balsaaa": ante el grito de auxilio de un sediento, un agotado o un acalorado, los brazos hacían de lazos y las cuatro canoas se convertían en un gran catamarán de avance lento pero relajante. Tiempo de galletitas, algo para tomar, chapuzones e insolaciones. Total, agua que no has de beber...

Así pasó Cipolletti, con sus cortinas de árboles altos y lánguidos y sus camas de pasto que dan ganas de simplemente soltarse a rodar. Y pasó General Roca, donde el rio se hunde en un pequeño cañón y el primer camping espera para pasar la noche y escuchar las primeras quejas de los brazos desengañados. Todavía uno se siente a salvo viendo al rio siempre acompañado por rutas, pueblitos y casitas.

Mañana, todavía no lo sabíamos, será tiempo de adentrarse en tierras solitarias y un rio que de a poco se anima a develar sus misterios.

Continúa... Cap. II

martes, octubre 25, 2005

Patzcuaro Paradiso


Imaginate dar el primer paso en una calle que no sabés a dónde lleva. Imaginate que mientras das ese primer paso suena la nota aguda y llorona de ese violín que alguna vez escuchaste. Imaginate la ansiedad por saber qué hay después del codo e imaginate que el camino es tan interesante como el destino y no se te antoja acelerar el paso.

Imaginate que la calle baja y después todo es blanco. Todo es blanco y coronado de techos de tejas naranjas. Y que todo rodea una gigantesca plaza. Y escuchás el violín que ya no llora, silva y luego entona, acompañado, más profundo. Y la plaza te invita a sus caminos y sus caminos a cruzarla.

"La piazza e mia" y vos mejor salís. Imaginate que la rodeas, verde, que vas frenando en los puestitos a su alrededor y oliendo sus artesanías y sus comidas, mientras no terminás de entender cómo, si en este país fue siempre todo gris, o de muchos colores, o de techos planos, de repente todo es blanco, blanco colonia, coronado de techos en punta, con tejas naranjas.

Imaginate que el cielo está azul tan azul como blancas las paredes blancas y naranjas las tejas naranjas. Y que seguís eligiendo dar cada paso, ahora solo, como si fuera una ciudad abandonada, ahora rodeado como maratonista de pelotón. Y el piano que acompaña a ese violín llorón te invita a refugiarte en la galería, esquivar algunas mesas y colarte en pasillos anchos que te dejan en patios también blancos, también coronados de naranja.


La música crece hasta la intensidad y vos subís una calle empinada, o decae y se suaviza hasta la lágrima mientras bajás por otra, que te lleva a otra plaza y otro verde más verde y más galerías y más patios, hasta que la paz de la música, armónica y emotiva empieza a extinguirse y ese violín de adentro lucha porque en la plaza pusieron música.

Justo cuando el piano lo había dejado solo, justo que los violines que lo acompañaban le daban la palabra y que ya no había vientos para movilizarlo. Justo que era la hora de que derramara sus últimas lágrimas por ese cine quemado y un amor negado, justo ahí el violín suena cada vez más bajo, se extingue, vencido por parlantes que son reales y no imaginarios como tu violín, ya casi muerto, asesinado. Olvidado.

Es la (maldita y omnipresente) guitarra de Lolo.

sábado, octubre 22, 2005

Nueva Periferia

Estuve trabajando un rato largo y le hice unas modificaciones al blog.
La idea era poder empezar a recopilar posts que ya quedaron enterrados por meses y meses de pelotudeo periférico.

Así que hice una suerte de selección y categorización de posts, evidentemente subjetiva y arbitraria, tratando de separar los que hablan específicamente del concepto (nunca adivinado) de Periferia, los "relatos urbanos", las descripciones de viajes, las bizarreadas y lo directemente incomprensible (incluso para mí). Lo verán justo abajo de los meses de archivo.

No se para qué servirá, pero hacía rato que quería darle orden a este descontrol y hoy me puse. Me gusta lo de recopilar, ir viendo qué sale de este experimento que ya lleva casi medio año. Y además me va a ayudar a ponerle foco a lo que me gusta de lo que sale. Como decían Pablo y Lolamaar en los comments al post de abajo, pero con menos pretensiones.

Veremos qué sale, veremos qué queda.

Y mejor parto porque esto está demasiado cuerdo y lógico para ser viernes 12 de la noche.

Saludos!

PD: debo los links a otros blogs, próximo paso!

viernes, octubre 21, 2005

Amor en Morelia (o A Morelia)

Morelia huele a amor, o a romance. Y vaya la apreciación desde la visión de pretensión científica que caracteriza todo lo que escribo. (?). Morelia es para diseccionar y extirpar tumores de amores. O tusamores. Porque en esta perlita michoacana todo, repito, huele a amor, a romance.

Morelia tiene un callejón y ese callejón se llama "del Romance". Y ahí la paredes son de piedra, como en todo Morelia y se encuentran carteles con poemas escritos con letras muy románticas. En el Callejón del Romance los novios se besuquean y también se pelean. Porque el romance es así. Porque en el amor no son todas rosas. Y porque en el Callejón los amores son de flor y roca, como las paredes, las ventanas y como Morelia.

En Morelia hay una catedral que de noche está iluminada. Y muchas otras iglesias que tienen la mejor suerte de poder dormir sólo a la luz de la luna. La catedral es el alma de Morelia. Y Morelia es una fiesta (de amor, elia). Y como toda alma de la fiesta, la catedral da su show cada noche, donde la música intenta lograr pieles de gallina, los fuegos artificiales intentan tapar la música y las luces se van encendiendo, condenando a la catedral a su eterno insomnio.

Morelia es señorial y orgullosa. Sus calles anchas y ordenadas, sus fachadas sólidas e imponentes y las veredas superpobladas de turistas, locales, mesas, sillas y amores se mezclan con plazas rectilíneas y disciplinadas, donde el grueso colchón de pasto invita a siestas que cortan un poco la monotonía (y lo descansan a uno, claro).


Morelia señorial y Morelia orgullosa parecen estar dispuestas siempre a darle a uno de comer. El recorrido turístico se convierte en gastronómico y todo se trata de desayunar acá, comer alguito allá, almorzar en aquel lugar, tomerse un heladito en aquel otro, frenar por la cervecita en el bar de anoche e ir a comer en la terraza de ese hotel que parecía tan coqueto.

Y Morelia, Michoacán, México, es además de todo eso que dice por arriba, patios. Morelia es ir caminando vagamente y no poder evitar detenerse en cada cuadra a mirar hacia adentro, al corazón de esos edificios de centro abierto, de patio luminoso y pintoresco con pinturas, murales, plantas, placas, adoquines, galerías, pájaros, escaleras y más pinturas y más murales y una fuente.


Pero de eso no tengo todavía las fotos.

Ah. Y Morelia tiene un balcón. Chiquito. Que por darle coherencia a esto podría decirles que me hizo a acordar al balcón en el que Romeo veía posar a su Julieta. Pero no, nada que ver.


A Morelia voy a volver, vale la pena. Quizás algún día con algún amor. No más para hacerle honor a este post, que me encontró falto de inspiración, como el fin de semana.

Update: Agrego dos fotos que ilustran lo escrito.


viernes, octubre 14, 2005

Levantate y anda

No resucité, porque no me había muerto. Pero anduve, caminé.
Me lo venía preguntando y recriminando. Porqué disfrutar tanto de una simple y vaga caminata cuando era para ir a algún lado y nunca hacerlo porque sí, por el simple hecho de caminar?

Sábado lindo, de esos sábados chilangos de sol en la cabeza, de caricia solar que revive la piel acostumbrada al foquito y al humo. Yo en casa, claro, escuchando la monotemática música del momento, chat acá, chat allá, blog, pucho, mate y lánguida languidez.

El corte de luz fue el punto de inflexión. La compu sigue andando por un rato, pero me quieren decir para qué carajo sirve una compu hoy en día sin internet? Es como ir a un bar donde no venden alcohol, como ir a un recital y que pongan la radio.

Bajé la cabeza, resignado. Una fuerza superior me imploraba dinamismo. Encima era el día siguiente al affair whisky/escupida. Imaginate... las ganas de salir a mostrarle al mundo mi cara toda escupida, mi piel llena de astillas de cristal...

Me vale. Me valió a la noche y me valió el sábado: ducha, música de bolsillo (obvio, la misma que escuchaba en casa) y a ver qué onda, a la calle fiera, sin destino. A juguetear con la Dama. A hacerle cosquillitas arrastrando los pies vagos, espiarla, si es que queda algo por espiar, terminar de penetrarla y que se de cuenta finalmente que ya no le quedan secretos.

Eso quisieras iluso.

Para qué describirla no? Ya está todo dicho hace algunos días. Me entregué a las calles circulares sin pensar mucho en la cuadra siguiente. Mientras el cinema se incendiaba o Totó le hablaba a Alfredo sobre Helena por enésima vez, fui cayendo en el bucle peliculesco y empecé a ver todo en fílmico. El verde Condesa es ese verde de cine saturado, verde Grandes Esperanzas. Los pequeñitos reductos Condesa son un contraste lírico de gris fachada triste y colorida humanidad en gran relajo findesemanesco.

Es un reloj verde y gris grandote, de pared y yo soy la aguja de los minutos. El tiempo no pasa si no en mi movimiento circular y fatalmente preprogramado. Mi mundo avanza con los pasos y el cambio no soy yo si no el reloj, que me presenta una escena diferente a cada vuelta. Horas con banda de sonido en loop, ya no tengo idea en qué momento terminó el disco y empezó de nuevo, pero las horas pasan y sólo cambia el mundo.

Y me freno, la aguja se rebela... si no voy a definir yo el cambio entonces para qué me obligan a girar? Y me siento y el que se mueve es el reloj, alrededor mío, y miro al mundo girar en ese redondo, verde y gris Condesa del que de repente soy centro. Me siento y el reloj gira con el disco y ya no noto cuando deja de ser 59 y vuelve a 0, ya es todo igual, como el disco, sin principio ni fin las horas, sólo un reloj con los números borrados, alterados.

Saturo mis ojos de verde Condesa, saturo mis orejas de azul Cinema, tomo aire una vez más, me limpio la cara todavía sucia de anoche, saco astilla por astilla y me deshago de esa lluvia de vidrios que me hacen sangrar, me levanto, me incorporo al movimiento del reloj que me acepta casi sin notarlo y emprendo mi camino a la Roma. Porque todos los caminos conducen a Roma. Y ahí están esperando los amigos, una buena cachetada para dejar de pensar en boberías y volver olvidarme del reloj, que sigue estando, pero mejor no notarlo.

martes, octubre 11, 2005

Aguafuerte a una dama


I. Barrio y Colonia.

Vivo desde mi mudanza a México, en la colonia Condesa, casi el centro geográfico del Distrito Federal, al menos para mí. Suelo decir que no extraño nada de Buenos Aires, pero poder hacer de esa colonia mi barrio fue crucial en la adaptación, rápida, casi descorazonada. Condesa es un rayo de sol necesario, casi permanente, son árboles y calles con boulevard, casitas lindas y bares amigables, comidas de las de acá y de las de allá. Y por sobre todo, amigos. Condesa es estar cerca de un nuevo mundo social.

Quizás sin saberlo, dependo de ese poder salir de casa caminando y llegar a destino sin bochos ni peseros, sin taxis ni bondis. Mi independencia y comodidad dependen de ese barrio porteño con acento chilango y olor a cilantro. Condesa es la tranquilidad de saber que puedo salir a caminar sin destino fijo por el solo hecho de caminar, conocer y ver qué hay alrededor de casa. Aunque casi no lo haga.

II. La dama y su laberinto.

Un laberinto endemoniado y una cuadrícula geométrica se fusionan en Condesa. Descubrí, mirando y caminando, cómo mi barrio colonia no es más que un rejunte de rincones sólo armonizado por importantes calles límites.

La exploración, casi inconciente, fue rápida, rotunda. La dama severa y coqueta me dejó caminar a mi antojo y me inspiró confianza y comodidad. Me hizo creer que sus manías cuadriculadas serían fáciles de dominar. Y cuando me relajé, la dama me invitó a conocer sus laberintos. Muy de mujer quizás lo de Condesa, muy de hombre lo mío, para cuando la dama mostró sus vericuetos, yo ya estaba tan encandilado con sus dones que la disposición a perderse en el serpenteo de calles ya era enamoramiento.

Ciego ante la manipulación de la amada, me dejé fascinar por colores, olores y vecinos. Perderse en gigantescos parques verdes, calles circulares y boulevares gemelos fue como la aventura de entender y ganar un juego. “A dónde voy” de repente perdió sentido. “Por dónde voy” se hizo más entretenido, inevitable.

Identifiqué rincones, detecté caprichos y pagué con retrasos hasta entender las entrañas de esta señora que, aunque severa, se dejó penetrar y entender pasivamente. Disfruté recorrerla y conocerla. La observé en su más plena actividad, en sus amaneceres remolones e incluso la observé dormida, con su cara gélida, noble y hasta caprichosa.

III. Fachadas grises, paredes de colores.

Cuando ya mi amada me había abierto sus entrañas, me dediqué a recorrer su piel. Me metí de lleno en esa mezcla misteriosa de suavidad y arrugas. Fachadas grises de arquitectura europea y paredes de colores de sangre local se me antojaron metáfora de un alma partida entre el pasado de nobleza cómoda y el trajín de construir un nuevo mundo.

Debajo de un bello verde de árboles tan variados, Condesa oculta cicatrices de las olvidadas y de las que aun supuran. Soplé en todas ellas tratando de adivinar cada causa y cada origen. Vi golpes de niña inquieta y también cortes de mujer de trabajo. Reconocí en mi barrio colonia un rejunte de capas superpuestas que hablan de la vida larga y dedicada de esta dama de doble origen.

Admiré, por sobre todo lo que admiro de Condesa, sus casas con firma inequívoca, su identidad única a pesar de esa variedad de vidas, el respeto de una noble al origen de su sangre y la capacidad de dar a sus hijos en esta tierra un pedazo de su cuerpo para que edificaran su arte.

IV. Los hijos.

La colonia Condesa supo criar a sus hijos a su imagen y semejanza. Los hijos de la Condesa respetan de su madre, por sobre todo, esa sangre de origen variado y el acento de acá y de allá. Si a cualquier desprevenido le taparan ojos y oídos y lo soltaran luego de una buena siesta en algún rincón de la dama, pasaría un rato sin que este pobre afortunado supiera dónde está parado.

Supe imaginarme en Francia y España, claro, pero también en el México del changarro y en el de Rivera y Trotsky. Cuando no, me creí casi convencido paseando por Buenos Aires.

Los hijos de la Condesa hablan casi todos los idiomas, comen casi todas las comidas, bailan casi todas las músicas, pasean a casi todos los perros y toman todas las bebidas. Los hijos de la Condesa, quizás en honor a la dama, su madre, adoran su origen tan múltiple y variado y confunden lo propio y lo ajeno con placer.

Dispuesta a completar su batalla, la Condesa todavía fabrica cunas, donde nuevos hijos crecen aprendiendo el legado. Algunos le recuerdan su pasado de alcurnia, otros alimentan su presente de color y honor.

viernes, octubre 07, 2005

El whisky y yo

No es una composición, como la de alt+0174, si no mas bien una escupida. Una escupida contracturada, la cabeza mirando hacia arriba, los ojos entrecerrados, y la escupida que sube, sube, sube, se pega al techo, parece que se queda, se queda, se estira, elonga, se estira más, parece de goma, se estira, elástica, 10 cm, 15 cm, 20 cm, se estira, de goma, y se corta, y cae, entre ojo y ojo, justo abajo de la frente, justo arriba de la nariz, se corta y cae, mi escupida, y la gente me ve, y dice, qué le pasa a este muchacho, hay que tener problemas para andar escupiéndose a uno mismo, y la escupida se estira, desde el techo, y cae, justo entre mis ojos, arriba de la nariz, abajo de la frente, justo ahí, en esa parte de la cara, tan sensible, calentita cae, la escupida mia, que casi se queda en el techo.

Me rodea el cristal, el vidrio. De un lado, la derecha, es vidrio en forma de cenicero. Lleno, 12 colillas, más la que está ahora ahí encajada en una de las ranuras. Del otro es vidrio en forma de tasa, llena, 3 hielos, whisky, el tercero y último, sólo por que no queda más. Adelante? Adelante más cristal, más vidrio, que parece plástico, y está lleno de letras, letras de La Periferia, que hace rato no aparecía.

Atrás más vidrio. Ojos que son vidrio, vidriosos, por el cigarro, por el whisky, o por algo más que no se qué es. Que quizás sos vos. Algo más. Algo más. En lo oidos más vidrio. Vidrio hecho melodía. Melodía cristalina, cistalizada, transparente. Melodía que es lágrima, que me conmueve. Cinema Paradiso es lágrima, y es vidrio. Es cristal frágil.

En la memoria vidrio. Cristal. Cristalizo episodios. Un momento que es los momentos. Un suspiro que respira recuerdos, recuerdos que me llevaron durante toda la semana a épocas que pensé perdidas. Ay... yo que pensaba que eran cristales que mejor si estaban perdidos, pero no, no, qué bueno encontrarlos, aunque sean vidrio, cristales, frágiles.

Se estira. Se estira el cristal. Y también la escupida. Y cae, pensé que no, pero cae, el cristal, como escupido, y se incrusta, justo abajo de la frente, arriba de la nariz, entre los ojos. Se incrusta y sangra. Sangra agua. Era verdad que ya no me corría sangre por la venas... o no era verdad? Sangra transparente, pero sangra. Algo corre, no se qué será pero corre y sangra, como cristal líquido, como ese que está lleno de letras, pero este está lleno de otra cosa, que no se qué es, y tabaco, y whisky, y Cinema Paradiso.

Cómo llora ese violín, cinema, cómo llora. Hace mal, contagia. Yo se que no me entendés. Que te preguntás de qué estoy hablando. Quizás si tuvieras el whisky a la izquierda, cristalizado, y la ceniza a la derecha, cristalizada y las letritas enfrente y el cristal, la escupida, incrustados en la cara, justo abajo de la frente, justo arriba de la nariz, justo entre los ojos... me entenderías. Pero no, no estás cristalizada como yo, o no me lo demostrás. Y yo no puedo no demostrártelo. No puedo. Me derrito, como el cristal ese. Como la escupida.

Que sos vos.

Incrustada.
Justo ahí.
Entre los ojos.
Arriba de la nariz.
Justo abajo de la frente.

publicar entrada. me vale.

martes, octubre 04, 2005

¿Quién sos?

(esto es continuación de Hola, aunque falta una parte en el diome...)

La pregunta le quedó resonando en la cabeza todas las cuadras restantes. Mientras la música volvía a ser filtro y armonía, se repetía una y otra vez: “¿Quién eres?”. Lamentó su maldita ansia metafísica, psicológica. “¿Pero porqué tenés que ponerte a pensar en el sentido profundo de quién sos, imbécil? ¿No te das cuenta de que sólo quería saber tu nombre?” No pudo evitar sonreír, sonreírse cómplice, al fin y al cabo no era tan malo buscar allá adentro. Pero en qué mal momento, nunca más iba a poder mirarla a la cara sin un destello de vergüenza.

“¿Quién eres?” Ahora la pregunta seguía en el aire, pero el que preguntaba era él, a ella, ausente. “¿Quién sos? –le preguntaba, se preguntaba– ¿Por qué te saludo sin darme cuenta, sin siquiera conocerte? ¿Qué vi? ¿Qué hacías? ¿O es que siempre ando diciéndole hola a la gente y recién hoy me di cuenta? ¿Y por qué volviste? ¿No me creíste un loco?

Trató de reconstruirla y ya no pudo. 3 cuadras y se le había borrado. Imaginó ese andar sin cara ni pelo y lo grabó sin darse cuenta, deformado, como todo cuando deja de ser un hecho. Sabía que la reconocería al verla de nuevo, o se le escaparía un “hola” y no podría evitar sonreír, sólo para ocultar la vergüenza. Trató también de indagar en lo que pensaría ahora ella. Que la gente está cada vez más loca… o que no está tan mal que a una la saluden por la calle sin conocerla… o “¿no habré sido demasiado cortante?”

De repente volvió a prestarle atención a la música. El inicio estruendoso de “Polaroid…” chocaba, más si venía de ese final casi mudo de “Mother”. Se sacó el auricular para cantar esas partes inevitablemente cantables. “El sol le caía bien, entrando en la avenida”… “la veo alejándose de mí”… “¿Quién carajo me ordena el shuffle a mí?” Dudó si lo había dicho o lo había pensado y confirmó: la música armoniza y filtra o se torna insoportable. Y no supo cuál de las dos opciones era esta vez.

Apagó, se bajó los auriculares. Pensó una vez más… “¿Quién sos?”. Tocó el timbre.

sábado, octubre 01, 2005

2. Fotos gastadas

No supo ni quiso saber por qué se acordaba, así de la nada, de esas dos sensaciones tan viejas. Quizás intentó indagar cuándo dejaron de aparecer, pero tampoco encontró demasiados indicios.

Era una época rara en la que todo iba volviendo a aparecer sin demasiadas explicaciones y sin ninguna intención. Escribir se había vuelto necesidad, y para el escritor novato quizás el mejor recurso sea el recuerdo, la autobiografía.

De las dos sensaciones saltó sin escalas a ese presente que ya era recuerdo. No sabía si concentrarse en el papel o en la memoria. ¿Cómo bifurcar el pensamiento entre el presente evidente que es estar volcando un recuerdo y la reconstrucción de ese recuerdo que intenta ser volcado?

Disperso y desconcentrado, sólo podía enfocar la mente en fragmentos milimétricos e infinitesimales, en vidas enteras pasando demasiado rápido para ser vividas. ¿Cómo frenar el tráfico vertiginoso para poder ver la foto en detalle, estudiarla y describirla?

1. Dos sensaciones sin nombre

De repente se acordó de esa sensación de cuando era chico. En realidad eran dos sensaciones. Dos sensaciones totalmente diferentes, pero agrupadas por eso, por ser sensaciones, diferentes de las demás, difíciles de explicar.

Se acordó de que les puso nombre, necesitaba catalogarlas, quizás archivarlas. Una se llamaba “La sensación de Amor”. La otra “La sensación de Lejos”. La de amor no le gustaba, vaya uno a saber porqué, y la de lejos, si bien era incómoda, lo fascinaba un poco. Se daban, ambas, en situaciones parecidas. Normalmente a oscuras, normalmente en la cama, normalmente con los ojos cerrados.

“Amor” era como una opresión en el pecho, un sentimiento físico, evidentemente físico, de vacío y caída libre. Era pectoral e interno. Si hubiera conocido la palabra a los 5 años quizás se hubiera llamado “angustia”.

“Lejos” era al entorno lo que “Amor” era a sí mismo. “Lejos” era cerrar los ojos y sentir que todo se iba, se alejaba, se hacía… remoto. Todo es todo. El cuarto, la cama, las paredes y el techo, el brazo y la pierna. Hasta las orejas y esos ojos, cerrados. Era vano y externo. Si hubiera conocido la palabra a los 5 años, quizás se hubiera llamado “ansiedad”.


¿Hay otras Periferias?