martes, enero 31, 2006

Qué onda?

Yo no sé qué onda...
Vos?

Estoy un poco seco. Las cosas andan bien, el miedo anda medio derrotado, mira con ojos de gatito perdido. Pero no se qué onda. No se, no hay mucho que decir. Al menos nada demasiado entretenido de escribir.

No se qué onda.
Quizás sea el momento de empezar a bardear, molestar un poco, pinchar para que duela. O no, mirar para otro lado. Hay tanto mundo... ahí, del otro lado de una mirada borrosa.

Me gustó mucho lo que escribió hace un rato Al-Div@.

Extraño un poco la Periferia. Pero bueno, me dio de alta y no tiene intensiones de retomar el tema.

Nada más.

lunes, enero 09, 2006

Abran los ojos

Ahí estamos los diez, uno al lado del otro y de la mano, el aire pegando fuerte en nuestras frentes. Los pasos son cortos, casi mínimos, pan, queso, pan, queso, sabemos que adelante hay un abismo, despacio, seguimos indicaciones, confiamos.

Así había sido desde el principio, 36 horas antes, en esa Villa que era sólo intriga de lo que vendría, ansiedad de saber cómo sería ese año nuevo diferente, alternativo y abierto. Confiábamos nuestro cierre de 2005 e inicio de 2006 a manos ajenas y a los designios de una naturaleza siempre sorprendente y por eso mismo nunca previsible.

Habían pasado esos primeros kilómetros de lluvia y paso corto, los zapatos recién sintonizando con la superficie de la montaña, las cabezas de a poco dejando ir tanto vicio de sociedad, los ojos apenas empezando a entender que el horizonte está mucho más lejos de lo que suele aparentar. El camino es una serpiente que metamorfosea sus texturas a cada rato. Empieza sombrío y boscoso, se torna verde y pelado, se llena de piedras y cascotes, se seca y se embarra, se vuelve roca pura, vuelve a empezar.

Habían pasado un puesto y un almuerzo, primeras excusas para conocernos ya habiendo cruzado miradas previas de estudio y análisis. Habíamos compartido puchos y mayonesa, algo para tomar, frío o caliente, una risa o un gesto de sorpresa, una mano para cruzar un río o simple paciencia para esperar al retrasado.

Y ahí estamos, los 10 de la mano, paso corto para el frente con los ojos cerrados y viento en la cara, quién sabe desde dónde viene soplando ese viento hasta chocar con nosotros.

Dicen que el Cerro Champaquí es un misterio al que cada uno le da la respuesta que le place. La certeza de veracidad de aquella respuesta corre por cuenta del investigador, único capaz de evaluarla y único interesado en escucharla. Ese misterio de mil soluciones posibles se va desentrañando de a poco, se muestra por etapas, revela sus caminos con cuentagotas. Quizás por saber que es más entretenido seguirle las pistas que alcanzar la solución.

Nosotros diez, ahora de la mano uno al lado del otro y con los ojos cerrados, nos entreteníamos en ese doble descubrimiento: el del cerro de casi 3000 metros ya bajo nuestros pies y el de las personas que nos acompañaban en la búsqueda, más o menos desconocidos, dispuestos todos a este Año Nuevo diferente.

Los caminos hablan de las personas que los recorren. O mejor dicho, el caminar de una persona habla y su forma de convivir y compartir también. Y mientras estábamos de la mano con el abismo enfrente, ya habíamos podido compartir una noche, un millón de estrellas, una comida, un calor y una guitarra. Una de esas noches que quizás son las ideales para desentrañar eso de los misterios de las personas y sus convivencias, esas veladas de ser sin culpas y aparentar desteñido, olvidado.

Había pasado un amanecer, el primero de los diez juntos, despejado y prometedor, un primer desayuno, frugal y silencioso, otro inicio de camino cuesta arriba y un objetivo conjunto, la cima al mediodía. La caminata, no menos ardua por amena, fue excusa para paradas, baños, fotos, frío y más fotos, para un bautismo que devino en matrimonios y confesiones y para charlas y aprendizajes.

Y acá estamos, los 10 de la mano, al filo del abismo. Todavía no hicimos cima, está ahí, a 500 metros, pero mejor paciencia que tenemos esto antes, y a no exaltarse, que quién sabe cuántos metros caiga este abismo hacia abajo mientras nosotros avanzamos a ciegas.

Y sí, haremos cima, solos nosotros y los cóndores, almorzaremos, dormiremos, matearemos y sacaremos fotos en el techo de Córdoba, emprenderemos la bajada y volveremos a nuestro refugio a elongar, bañarnos, comer como se come en año nuevo, brindar de más o de menos, rasguear las cuerdas y cantar lo que compuso aquella leyenda o lo que a nosotros se nos ocurra para musicalizar la ocasión, quién sabe.

Dormiremos, bajo techo por suerte, mientras el cielo descarga litros y hectolitros de agua y volveremos a amanecer, con sol y ríos crecidos, dispuestos a nuestro último día de caminata, cuesta abajo y al mundo de siempre, que por ser de siempre no deja de ser nuestro y agradarnos.

Sí, todo eso pasará, pero acá estamos, pasito más corto que en la subida, pan y queso, ojos cerrados y que más vale que así sea, vale la pena, el abismo enfrente y la ansiedad de verlo y sentirlo. El viento sigue subiendo incansable, quién sabe desde dónde viene soplando para pegar en nuestras caras ya curtidas por la subida. El silencio es rey y sólo compite con el viento que cuela en rocas y yuyos, las respiraciones que ya son una, suave y lenta, la voz de la confianza que guía nuestros pasos ciegos y dice, de repente, “abran los ojos”, que se abren y lo ven, blanco nube, todo blanco, que si apenas se distingue algo entre lo blanco mejor que no, porque así blanco como se ve es aterrador y eterno, sin horizonte de lo profundo, digno de nuestras diez bocas abiertas, de veinte pulmones con la respiración contenida y la disposición a la contemplación eterna, que la cima puede esperar un rato más y el año que empieza ni hablar.


¿Hay otras Periferias?