domingo, marzo 11, 2007

Ayer 29

1. Cumpleaños

Ayer, 9 de marzo de 2007, cumplí 29 años. Fue un día agitado, largo, divertido. Empezó a las 8am, terminó a las 7am, del 10 de marzo, claro. No paré ni para almorzar, estaba mudando mi oficina.

No es que los cumpleaños me depriman. Es más bien que me dan fiaca. Ser el centro de algo me da fiaca, y en un cumpleaños, tu cumpleaños, los sos. Si festejo es más que nada porque si no el 10 de marzo me arrepiento de haber sido tan vago.

Este año festejé gracias a que dos amigos, Nacho y Diego, se encargaron de que así fuera. Les salió bien, pasaron más de 50 personas a saludar, tomar algo y divertirse en casa.

Luli me regaló un libro, Carina un CD. Entre la dirección del laburo, Gmail y Hotmail, me llegaron unos 30 o 40 mails de felicitación. Me llamaron unas 15 o 20 personas, la mayoría desde Argentina. Otros muchos me saludaron por Skype o Messenger.

Me emborraché bastante. Y, dicen, por momentos me puse medio violento. Especialmente con las dos personas que se pusieron el evento al hombro. Sería fácil decir "porque te quiero te aporreo" o "es mi forma de expresar cariño".

Pero no. No hay justificación posible para haberme puesto violento. Fueron momentos que tengo casi borrados, por lo que me cuesta analizarlos. Suerte de blackouts, a lo Nicky de la serie Heroes. Estoy jodido.

Quizás los 29 sean momento oportuno para desarrollar mi costado irascible, dormido hace años. O desde siempre. Obviamente tendría que aguantarlo hasta que sea apropiada la ira, no como ayer: defender lo querido u obtenido, pelear por lo deseado o necesario.

No se cuándo uno se hace viejo. Sí sé la impresión que tenía yo de la gente de 29 años cuando tenía 10, 15, 20. También me acuerdo de mis viejos cuando tenían 29 años. Gente grande, claro, padres, tíos, hermanos de amigos, famosos... pero grandes no es el punto, grandes estamos hace rato.

El punto es que yo me los imaginaba serios, asentados, con una vida encaminada, aproblemática, en un camino recto y seguro. Maduros. Es como esa sombra en el desierto. Uno camina hacia ella, no necesariamente añorándola, pero sí imaginándola... fresca, tranquila, cómoda. Al final uno llega y se da cuenta que es más o menos igual que antes. Y entonces se proyecta... si no era muy cierta mi imagen de las personas de 29 años a los 15... por qué ha de ser cierta la imagen que tengo del de 45 ahora a los 29. O del de 80.

Te hace perder un poco el respeto, digamos. Se humaniza al sujeto más allá de la etapa de su vida que transite. Yo, inmaduro, inseguro, medio perdido en la incertidumbre, pavote por momentos, hasta infantil, irresponsable a veces, soy ese hombre de 29 años que el pibito de 15 desde la otra vereda ve, imagina, idealiza, respeta. Y quiero cruzar la calle y decirle "no pierdas tiempo pibito, no somos demasiado distintos, perdeme el respeto. Vos pensás que cuando tengas mi edad vas a ser muy diferente, pero creeme que no."

Pobre pibito, le va a dar un buen susto el viejo loco que cruzó la calle y se le puso hablar. Pero a los 29, con sus miedos, incertidumbre e infantilidades, se va a acordar de mí, que ya voy a tener 43 y voy a estar igual de perdido que siempre, igual que él, igual que tu abuelo, igual que vos.

¿Qué es cumplir años? Más allá de la fecha en sí, más allá de la cantidad de velas que haya en la torta. ¿Qué es crecer? ¿O qué es envejecer? ¿Cambia algo, se abre alguna puerta, se prende alguna luz?

Por cierto, ayer en mi torta había una vela, una sola, como recordándome cuánto falta para cambiar de década y ver el 3 adornando mis cifras.

No se me cayó el calendario en la cabeza, no te preocupes. Hace un rato 13, ayer 29, en algunos días 50. Y seguiré siendo el mismo perejil, un poco más curtido.

2. Mojón

Tenemos esa costumbre, instintiva casi, de generar mojones. Es más importante cumplir 30 que 29 o 31. El diario que cumple 100 años hace una fiesta más grande que el que cumple 104. Le queremos sacar una foto al cuenta kilómetros cuando marca los 1000 en el viaje que estamos haciendo. Seguramente Tio Rico miró con más amor ese dólar que lo hizo llegar a su primer millón que el que ganó acto seguido para pasar a tener 1.000.001. Y en la encuesta no tenés 19, tenés entre 16 y 20 o entre 21 y 25.

Mojones, milestones. Ayer Luciana me contaba de su pánico de los 29. No por cumplir 29, si no porque en un año iba a cumplir 30... ¿Qué iba a pasar con todo eso que suponía haber hecho o logrado a los 30? ¿Cómo hacerlo todo en un año?

No tengo objetivos a cumplir antes de los 30, no va a ser un año deadline, eso seguro. Pero vuelvo a ser el pibito de 15, yo a los 15, y me vuelvo a ubicar en sus suposiciones... Se pone complicado el asunto. ¿Qué porcentaje habré alcanzado de lo que imaginé cuando tenía la mitad de mi edad? En pocas palabras: casa, auto, un buen laburo, mujer, hijos, vacaciones familiares en la playa, perro, kilos de más, pelo de menos, tele, vino, fútbol, reunión de padres y "papá, firmame el boletín".

Déjenme calcular... ¿16%? No, con suerte 8%.

No va a ser un año deadline, definitivamente. Pero me parece que voy a empezar a cachetear a los pibitos de 15. No te engañes pibito de 15. Y no me compliques la vida con tu proyección imaginativa. O con tu imaginación proyectiva, como sea.

Eso sí: a los 60 me retiro, no laburo más, me voy a dedicar a ver crecer a mi nietos. Y ahora me voy, hay un viejo que está cruzando la calle para cagarme a bastonazos.

3. Ayer 29

Hoy 29 y un día. Transcurre por lo tanto mi trigésimo año de vida. Mi pibito de 15 no puso en la lista escribir y tampoco escuchar Pink Floyd. Tampoco puso vivir en México, aunque sí se imaginó algo fuera de las fronteras de Argentina. Me hizo arquitecto o ingeniero, y le resulté comunicador social no titulado. Me casó con la más linda del pueblo, pero ya ni conozco a las del pueblo. Supuso que le iba a construir una casita para que vivamos con los crios, pero alquilo, por lo visto, "per secula seculorum".

Me agendó una lista de viajes bianuales que trato de cumplirle aunque cambiándole despóticamente los destinos. Hace un par de meses aprendí a hacer cheques, quizás lo tenga medio engañado con nuestros "notorios progresos". Igual creo que lo que más le molesta es que fume tanto, pobre, con lo que defendió a capa y espada nuestros limpios pulmones.

Pero mejor vamos a graficar, porque me parece que esto se tornó medio confuso. Agustín, o sea yo, a los 15 años, era bastante parecido a mí. Flacucho y encorvado, melenudo rubietón, con la cara un poco menos angulosa que ahora, los dientes un poco más blancos. Está difícil describir su altura: estrenó los 15 con unos 163 centímetros, y se despidió de ellos con unos 175. En los años siguientes creció unos 12 o 13 más. Pesaba 60 y tantos y hasta el día de hoy no pasó la barrera de los 80.

Ahora la foto completa. ¿Nos ves? Al que le asoma una barba pelusa soy yo, él es el que camina agarrado de mi mano. Aunque en la foto no se note estamos charlando. Es una charla bastante aburrida, en eso nos parecemos también: aburridos para la charla. Le estoy recomendando a Dostoievsky y le cuento que nos encanta Pink Floyd. No me cree, lo único que escucha es Soda. Se lo agradezco.

Me pregunta muchas cosas. No de la vida o del mundo, si no de mí, de nosotros. Me dan vergüenza muchas de las respuestas, así que esquivo, en eso somos buenos. Me cuenta que en un par de meses se va como 40 días de viaje, a Cambridge, Inglaterra. Me guardo los detalles del viaje, mejor que se vaya sorprendiendo cada día, aunque le digo al boludo que se abrigue o va caer 3 días completos en cama y se va a perder el viaje a York.

Si te fijás bien vas a ver que estamos en Buenos Aires. Preferí que fuera allá para no quemarle la noticia de México. Dice que no le dijo nada a mamá del encuentro y me parece bien. Igual, si ella se enteraba y venía se hubiera relajado un poco con la educación, lo que nos hubiera venido bastante bien a los 3.

La foto la sacó Matías, a escondidas. Lo primero que hice cuando me despedí de Agustín fue prenderme un pucho. Me dio fuego un viejo que nos había estado mirando desde un banco. Después de prenderse uno también él se paró y se fue caminando por Las Heras, flaco, alto, medio encorbado, pelo blanco blanco. Tosió y me guiñó un ojo.

Esto de no andar contando el futuro fue bastante estresante.

4. Mañana 61

Me quedé pensando en el viejo que me guiñó el ojo. Los aeropuertos y los aviones son razón suficiente para pensar mucho. Para cuando llegué a México me había convencido de que él también era yo. Digo... si Agustín de 15 se junta a hablar con Agustín de 29, ¿Porqué no puede estar Agustín de sesentitantos mirándolos a lo lejos?

Me hubiera gustado que hablemos, claro. Y me pregunto porqué no me dio la oportunidad. Quizás se cansó de esquivar preguntas. Quizás le avergüenzan demasiado las respuestas. Quizás a los sesentitantos se es lo suficientemente sabio como para evitar charlas innecesarias.

Quizás fue un sueño. Si acaso fue un sueño, lo que no sé es si lo soñé a los 15, lo soñe esa noche en el avión o lo voy a soñar mañana, cuando tenga 61. De lo que estoy seguro es que ayer cumplí 29 y no recuerdo haber soñado ni la noche anterior ni la posterior. Cumplí años sin sueños, al menos oníricamente hablando.

A los 61 ya voy a haber escrito esto. Y también lo que viene ahora, que todavía no sé qué es. Haber escrito esto no me hace un artista ni un literato. Pero sí hace que Agustín de 61 sepa que Agustín de 29 ya está tratando de evitar las proyecciones imaginativas. O las imaginaciones proyectivas, como sea. Es una buena razón para no haberme hablado al menos (¿no te digo que los aeropuertos y los aviones te obligan a pensar?). ¿Qué me iba a decir?

"Si pibe, sigo siendo el mismo perejil, pero un poco más curtido".

Estaba bien vestido, discretamente desprolijo. No usaba anteojos ni bastón. En una mano, la izquierda, el cigarro, la otra, obvio, en el bolsillo. Traía un libro de un autor que no conozco ajustado en la axila del mismo brazo de la mano en el bolsillo.

Si me hubiera dado cuenta antes de que era yo, me hubiera fijado si tenía anillo.

5. Aeropuertos y aviones

¿Estamos de acuerdo en eso de que los aeropuertos y los aviones te hacen pensar?

Siempre que viajo de Argentina a México y viceversa viajo solo. Sólo desde que salgo de casa A y llego a casa B. Solo en un taxi, solo en el check in, solo tomando un café en el embarque o encerrado en el fumadero, solo en mi butaca, esperando que la presurización me embobe para dormir, solo en la escala, sea Santa Cruz de la Sierra, Panamá, Bogotá o Santiago, solo de nuevo en mi butaca, solo en migraciones, solo mientras espero la valija, solo de nuevo en un taxi, de otro color.

Casi no escucho música, casi no leo, casi no entablo conversaciones con los otros transitorios. ¿Qué más se puede hacer en esas horas de puerta a puerta si no es pensar? A veces baso mis pensamientos en el lugar del que vengo, otras en el lugar al que voy. Y esta vez en ese encuentro (real o soñado) raro pero grato, conmigo de 15, conmigo de 61.

Mi otra actividad favorita "en traslado" es observar a la gente. Que en realidad no es más que anclaje, ilustración o nuevo material de la actividad de pensar. Ese día buscaba gente que estuviera en mi misma situación, o sea, que estuviera conversando o hasta viajando con su yo más joven o más viejo.

Encontré un montón de posibles "encontrados", pero la verdad es que podían ser padres e hijos. Y no estoy tan loco como para preguntar. El ejercicio en cambio se tornó imaginativo y comparativo, algo así como "estudio de los efectos del paso del tiempo".

Estaba esa señora rubia de calzas de unos 45, con su ella a los 21. El paso del tiempo demostró en ese caso ser un serio atrofiador del buen gusto para vestirse. Y seguí durante varios minutos al señor de setenta y pico que iba en silla de ruedas, empujado por su él a los 36. Redunda decir que el tiempo nos degrada físicamente, pero también me hizo evidente cómo se puede arruinar el buen humor de alguien con quién sabe qué episodios vividos en esa media vida. Buen ejemplo de conversación que es mejor evitar. Seré sabio a los 61.

En el avión me tocó el asiento del medio. En todas esas horas no me decidí si el de la ventana y el del pasillo eran el mismo tipo en edades diferentes. Supongamos que sí eran, me dieron material para ilustrar cómo a veces el tiempo no cambia nada. Con tal de no viajar en el medio, viajaron separados y sin poder hablar durante todo el viaje. La mezquindad es una maña que se arraiga desde temprano y se acentúa indefectiblemente.

Me atreví a hablarle de mi teoría al taxiste del aeropuerto cuando llegué. Con un taxista mexicano se puede hablar de cualquier cosa. Es más, mejor hablarle de cualquier cosa antes de que te saque el acento y se ponga a hablar de fútbol.

Me dijo que le parecía de lo más interesante y que si tenía la oportunidad se encontraba con su él a los 21. Para darle unos buenos madrazos, básicamente. Era tarde, fuimos por el Viaducto.

6. Cambio o no cambio

El cambio, al menos en mi experiencia personal, es una actividad pasiva. Quiero decir... el modelo "voy a cambiar esto por tal o cual razón" no me funciona. Me da fiaca desde el vamos, desde la mera conceptualización del problema, su solución y el cambio implicado en el tránsito entre los dos extremos del proceso.

Y sin embargo cambio, mucho, todo el tiempo. El cambio pasivo, que llega sólo y sin preguntar. No contempla el problema, no planea la solución, no medita el proceso. Simplemente llega y se me instala, y para cuando lo veo ya hizo su efecto y me hizo diferente.

Haber estado (sería ridículo decir "haber conocido") con Agustín a los 15 no me inspiró ni generó ningún cambio. Pero ese mínimo contacto con Agustín de sesenta y pico en cambio sí. En realidad, seamos coherentes, me hizo ver y aceptar un cambio que ya se había instalado solo hacía un rato.

Ayer cumplí 29 años. Hoy es sábado 10 de marzo. 5am del 11 en realidad. Y ya no se a dónde va esto que estoy escribiendo. Tenía destino de borrador, pero lo voy a publicar.

Hola Periferia.


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