viernes, octubre 28, 2005

Déjala correr II

Náufragos

El rio esperaba pacífico, casi riéndose, a la mañana siguiente. Todo el asunto de las carpas, los fuegos y las comidas era cosa conocida. Queríamos más de lo nuevo y así salimos, 9 amigos, temprano a remar. Destino del día: Villa Regina.


La mañana fresca cae vencida rápido con un sol que no tiene filtros. En el rio todo es silencio. El correr del agua, como cualquier ruido constante, es parte de ese silencio que sólo se ve interrumpido por risas, los palazos al agua y pajaros o nutrias chapoteando en las orillas. Un par de codos en el recorrido fueron la señal de que algo iba cambiando. De a poco los márgenes se hacen más y más verdes y tupidos y el rio empieza a serpentear con más intensidad, entre piedras y árboles, cortando la monotonía del remar parejo.

Nada imposible para los 9 inexpertos que sólo intentaban ponerle adrenalina mientras el rio, casi siempre calmo, lo permitiera. Obviamente los hombros seguían sin acostumbrarse y el "balsaaa... balsaaa" se escuchaba cada vez más seguido, especialmente en zonas de calma. Bastaba con que las canoas que quedaban en los bordes de la formación estuvieran atentas para esquivar los pocos escollos del rio, que por lo general eran troncos y ramas, a veces más grandes, a veces más chicos.

La calma de repente fue tal que nos terminó de relajar. El día invitaba más a dejarse llevar por la corriente, mirar pájaros, árboles y montañas bajas allá lejos y a charlar sobre cualquier tema que se pueda charlar entre 9 viejos amigos a los 24 años. El rio ya era lo estático, la tierra retrocedía. Por suerte ese codo en el recorrido nos encontró a todos subidos a las canoas.

No se quién fue el primero que vio lo que venía. Alguno, quizás Tomi, quizás Maclín, en una de esas fue Gulichi, señaló adelante y gritó "desensamblen". Apenas girando había un gran árbol caido en medio del rio en el que se habían juntado tantas ramas y troncos que formaban una gran isla. En ese momento uno ve realmente qué tan rápido va la corriente. El desenganche fue rápido y empezamos todos a remar con furia. Bastaba con torcer un poco a la derecha para sortear el gigantesco obstáculo que se acercaba demasiado rápido. La canoa en la que viajabamos Gulichi y yo estaba liviana y se adelantó rápido. La que iba enganchada más a la derecha tenía margen y también logró torcer a tiempo. Pero las otras dos no alcanzaron a reaccionar. Juampi y Churu casi zafan, las ramas apenas levantaron el lado izquierdo de la canoa, pero alcanzó para voltearlos. Churu se aferró a la embarcación que ya semihundida se disponía a seguir con la corriente. Juampi quedó acrobáticamente parado sobre ese islote de rama muerta que nos había detenido.

Lo de la cuarta canoa fue tragedia. Venía sobre el lado izquierdo de la "balsa" y fue a parar directo al ramerío. Maclín y Tomi que iban en ella quedaron desparramados en el agua y la embarcación encastrada entre los troncos, con tan mala suerte que el lado abierto recibía la corriente. En 30 segundos el agua que parecía inocente la había hecho pedazos y depositado entre las ramas hasta hacerla parte de la isla.

El rio limpio de repente era una escena de desolación. Flotaban bolsos, carpas, botellas, termos y remeras. Mientras Churu se iba cada vez más lejos junto con su canoa, llevados por la corriente, los otros 3 náufragos encontraban estabilidad entre las ramas. Las dos canoas sanas y salvas remábamos contracorriente para levantar todo lo extraviado. La división de tareas fue rápida: ustedes ayuden a los chicos, nosotros vamos a buscar a Churu.

La persecución fue larga y cansadora. Churu iba semi hundido agarrado de su canoa y sin posibilidad de dirigirla a la orilla. Mientras tanto los 3 "aislados" tomaban valor para lanzarse a la corriente y alcanzar la orilla más cercana donde los esperaban Jero, Juan y Coki, los otros rescatistas a salvo. Cuando por fin alcanzamos al náufrago a la deriva todavía tuvimos que remar varios kilómetros arrastrándolo para poder frenar en tierra. Había dos grandes preocupaciones: que la canoa no terminara de hundirse con Churu debajo y lo que estaría pasando con los demás, que ya habían quedado fuera de la vista al girar el rio.

Ya había pasado más de una hora cuando los vimos acercarse allá lejos. Se veían agotados, flotando arriba de una cámara de camión salvadora que apareció en la orilla y los salvavidas que les habíamos dejado. Cuando por fin nos reunimos todos las caras seguían contracturadas de adrenalina y frio y coincidíamos en dos preocupaciones: cómo seguir los 9 en 3 canoas y "che, se habrán salvado las fotos?".

Esa tarde no llegamos a Villa Regina. Nos reacomodamos y partimos después de un rato de descanso y anécdotas. Sólo queríamos avanzar lo posible y encontrar un buen lugar para acampar. Decidimos parar en una playita de pasto que apareció entre los árboles cuando el sol ya caía.

Con una canoa menos y el ánimo lejos de estar intacto nos bañamos en el rio, pusimos la ropa a secar y prendimos el fuego. Algunos partieron a explorar un poco lo que había tierra adentro, un pueblo cerca no vendría mal. Otros armaron las carpas de todos y los restantes cocinaron.

Se hacía de noche, creíamos estar en tierra firme y teníamos que decidir cómo sería nuestra vuelta al rio a la mañana siguiente.

Continúa... Cap. III


¿Hay otras Periferias?