Déjala correr III
Canales
Era una isla. Escuchábamos desde nuestra playita solitaria ladridos y salimos a ver si había gente, un pueblo, algo. Nos encontramos con una granjita y una casita a medio armar allá lejos. Seguimos caminando y de repente nos dimos cuenta. No estabamos en tierra firme, era una gran isla entre dos canales del rio. Aislados.
Cuando volvimos la comida estaba lista. Las anécdotas nos descostillaban de la risa. "Acá los tiempos los pongo yo" había dicho Juampi, todo cagado, cuando le imponían una cuenta regresiva para saltar de su rama en aquel islote y tratar de llegar a la orilla.
Más allá de esa pobre canoa no había pérdidas importantes. Decidimos los nuevos grupos y buscamos la manera de entrar los 9 en tres embarcaciones. Mi canoa no estaba preparada para tanta carga, las otras dos sí.
A la mañana siguiente los brazos ya estaban más acostumbrados. El rio, tranquilo, mostraba cada vez más separaciones y nunca sabíamos que lado tomar, dónde estaría ese camping que figuraba en el mapa. La balsa no dejó de hacerse pero ya era más angosta y mucho más precavida. Avanzábamos lento pero constante. Al mediodía habíamos llegado a Villa Regina.
Fue un buen contacto con la civilización. Había una playa con mucha gente, un almacén cerca para comprar comida y unas cervezas y sombra para dormir una siesta. Después de comer, dormir y pelotudear un rato decidimos partir de nuevo. Ya nos sentíamos más del rio que de la tierra, queríamos seguir flotando, avanzando en ese camino incierto.
Ya no me acuerdo dónde dormimos esa noche. Los campings no aparecían y el rio era cada vez más intrincado. Se separaba en dos, tres y hasta cuatro canales, siempre había que tomar una decisión y calculo que en la mayoría de los casos erramos. Sabíamos que mal que mal siempre ibamos a ir a parar al mismo lugar, y sabíamos que lo mejor era seguir siempre juntos, las tres canoas, los 9 amigos.
Casi no nos detuvimos. Frenamos una vez, para agarrar unas manzanas de un campo que acompañaba al rio y seguimos camino, tirándonos todo el tiempo al agua, cargándonos unos a otros por las mil cagadas que hacíamos, por el millón de boludeces que decíamos y saludando a la gente que aparecía de vez en cuando en la orilla, pescando, bañándose o simplemente ahí, sentada, viendo el agua pasar, escuchando la música de ese aire extraño a la tierra que corre fresco por el rio.
Fue uno de esos días memorables que se borronean en imágenes estáticas, lamentablemente no documentadas. Dormimos de nuevo en el medio de la nada. Tan nada que no la recuerdo.
Continúa... Cap. IV
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