Déjala correr VI
Medio camino, un camino
Ese anteúltimo día de remada fue increible. Es también de esos días que quedan en la nebulosa, que no llevan la marca de los hechos sino de las sensaciones. La sensación de ese día fue la de "este rio no me gana, yo te voy a mostrar, rio, porqué me animé a desafiarte".
Eramos un equipo y tres equipos. Tres canoas con 6 amigos encima que tenían que remar para volver a ser 9. Llegar a Chimpay no costó lo que pensábamos. El descanso en tierra de Juan Carlos había sido intensivo y sólo queríamos cerrar con moño unas vacaciones fuera de lo normal. Y como para sumar a un día de éxitos, por primera vez en tantos días de extravíos, fuimos a parar a donde queríamos, un camping. El camping no era luz ni baños, no era agua caliente ni compañía (desierto el camping, digamos), pero tenía un camino y el camino llevaba a un pueblo. División de tareas, as usual, un par a comprar algo para el asadito al pueblo, el resto leña, fuego, carpas.
Fue una noche tránsito. De esas noches que se viven como fusión de una tarde y la mañana que sigue. Las cabezas seguían en el rio y en ese destino, Choele, que nos tenía comprometidos.

Arrancamos temprano. El día ya no estaba limpio y caluroso como siempre y el tramo era largo, más que lo que habíamos logrado en todos los días anteriores. El rio, siempre metamorfoseando, se hacía cada vez más ancho y terriblemente sinuoso. El remar se hizo continuo y silencioso. Las canoas ya no iban a la par: quien tuviera fuerza para adelantarse lo hacía, era la mejor manera de incentivar al resto, y la única manera de llegar ese mismo día como nos habíamos comprometido.
Tomi y yo ibamos adelante. Nuestra canoa, la amarilla, era quizás más liviana que las demás. Casi no nos hablábamos, era remar y remar, mirar atrás para no perdernos de los demás, esperar para seguir a la vista, remar y remar. Las curvas del rio empezaban a agotarnos, los rodeos por momentos eran tan grandes que se nos ocurría que quizás era más rápido bajar a tierra, caminar 200 metros y volver al rio.
Avanzábamos, rápido y parejo, aunque daba la sensación de que no. El cielo mientras tanto se ponía cada vez más negro, el viento a soplar cada vez más fuerte y el agua a revolverse más a cada minuto. Apenas si frenamos a almorzar algo al mediodía. La tormenta nos preocupaba y las curvas eternas nos hacían dudar de cuánta distancia real teníamos que hacer.
Cuando partimos de nuevo luego de comer algo rápido la tormenta ya estaba instalada en el rio. Las curvas gigantescas ya eran menos preocupantes que un agua revuelta que nos hacía sarandear más de lo deseable e iba llenando las canoas y mojando las mochilas. Volvimos a remar todos a la par, sabiendo que de a tres canoas ibamos a estar más a salvo que distanciados. Con las primeras gotas, ya todo fue silencio. Remar y sólo remar. Se veían caras de agotamiento y empezamos a dudar si cumpliríamos el objetivo. Fueron casi tres horas más sin prácticamente frenar. Si al empezar esa larga travesía allá en Neuquén hubiéramos tenido la preparación y voluntad de ese día, sin duda que alcanzábamos el objetivo inicial: llegar a Viedma.
Llegar de Neuquén a Viedma como lo hace todos los años "La regata más larga del mundo", que vimos largar justo antes de salir, que inspiró nuestro viaje. Llegamos a Choele Choel, fue un destino final a mitad de camino. Fue volver a ser 9, bañarse con agua bien caliente hasta despertar cada célula del cuerpo, fue comer un millón de pizzas, tomar miles de cervezas y fue dormir en una buena cama.
Al día siguiente y considerando que Choele, ansiado destino, no tenía mucho más para ofrecer, ya estabamos elucubrando la próxima parada. Los pasajes, medio agotados para todos los destinos, sólo alcanzaron para 3. Los 6 restantes? Ni idea cómo, pero entramos en un remis Duna rojo (o sea, 7 con el fercho) que se internó en ese desierto salitroso hasta depositarnos en Las Grutas, a ser de nuevo 9. Sí, ahora que miro los mapas, pasando obligadamente por Beltrán.
Las grutas fueron una casita alquilada, playa mar tragos playa, boliche, alcohol y todo lo que hacen jóvenes normales a los 24 años en lugar de meterse en un rio, remar como condenados, romper canoas, agarrarse cagaderas, veranear en Chelforó y atravesar una tormenta sobre aguas revueltas.
12 días que parecen 30.
9 amigos que siguen siendo amigos.
4 canoas que ahora son 3.
1 rio que por siglos será rio y que mientras siga zigzagueando dará de ver y de comer a muchos. Todos los que quieran.

En FIN
Agua que no has de beber... déjala correr